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Introducción
Generalmente percibimos la libertad como un concepto inequívocamente positivo. ¿No es acaso la libertad aquello por lo que el ser humano ha suspirado y luchado a lo largo de toda la historia? Sin embargo, la libertad también está inseparablemente ligada al horror. En un sentido existencial, “libertad” se refiere a la ausencia de estructura externa. Contrario a lo que la experiencia cotidiana nos dice, el ser humano no entra (ni sale) de un universo bien estructurado con un plan inherente. Por el contrario, el individuo es plenamente responsable y creador de su propio mundo, su patrón de vida, sus elecciones y acciones. De esta “libertad”, en este sentido, surge algo profundamente aterrador: no hay nada bajo nuestros pies — nada, solo un vacío, un abismo.
Responsabilidad
Podemos dividir la libertad en conciencia de responsabilidad y voluntad.
Ser responsable es ser el “autor indiscutible de un acontecimiento u objeto”, dijo Jean-Paul Sartre (1905-1980). Ser consciente de la responsabilidad significa darse cuenta de que uno crea su propio yo, su destino, su situación vital, sus emociones y, en su caso, sus sufrimientos.

A la luz de esto, el universo es “contingente”, es decir, arbitrario; todo lo que existe podría haberse creado de otra manera. La concepción sartreana de la libertad es radical: el ser humano no solo es libre, está condenado a serlo. Y esta libertad va más allá de ser responsable del mundo (es decir, de dotar al mundo de significado): somos también los únicos responsables de nuestra propia vida; no solo por lo que hacemos, sino también por lo que dejamos de hacer.
Note que la idea de Sartre no es moralista. No dice que debamos hacer algo distinto, sino que lo que realmente hacemos es nuestra responsabilidad. Como el psicoterapeuta estadounidense Irvin Yalom nos hace notar, es profundamente aterrador reconocer que uno se crea a sí mismo y a su mundo, y ser consciente de esa responsabilidad. Piénselo bien:
Nada en el mundo tiene otro significado que aquel que uno mismo crea. No hay reglas, ni sistemas éticos, ni valores; no hay instancia externa a la que referirse; no hay un gran plan para el universo. Como Sartre lo ve, solo hay un creador: el individuo mismo (eso es lo que él quiere decir con que “el hombre es el ser cuyo proyecto es ser Dios”). Experimentar la existencia de esta manera produce vértigo. Nada es lo que parecía ser. Es como si el suelo mismo se abriera bajo uno.
Irvin Yalom (n. 1931)
Para protegerse de la conciencia de la responsabilidad, el individuo puede desarrollar diversas formas de defensas psíquicas:

Compulsividad: Una defensa dinámica común contra la aceptación de la responsabilidad es crear un mundo interior donde no se conoce la libertad, sino que se vive bajo el dominio de un poder irresistible y ajeno al yo (estar “a merced del no-yo”).
Desplazamiento de la responsabilidad: Muchas personas evitan asumir responsabilidad personal trasladándola a otros. Yalom usa el ejemplo de una paciente atrapada en una relación autodestructiva que decía: “No sé qué hacer. No puedo romper con él, pero desearía encontrarlo en la cama con otra mujer para poder terminar”.
Negación de responsabilidad: la víctima inocente. También uno puede verse como víctima inocente de eventos que uno mismo, sin saberlo, ha provocado.
Negación de responsabilidad: perder el control. Otra forma de evadir la responsabilidad es estar temporalmente “fuera de uno mismo”.
Evitación de conducta autónoma: Es sorprendente ver las oportunidades que desperdiciamos y con qué nos conformamos. Pero aceptar lo existente y externo puede ser menos aterrador que la alternativa: aceptar la responsabilidad personal y renunciar a la creencia en un salvador definitivo.
Por supuesto, se puede argumentar que toda elección debe verse en contexto. Si te estás ahogando en una piscina profunda, no tienes muchas opciones. Pero incluso con el agua al cuello, tienes la libertad de elegir cómo enfrentar la situación. Como explica Yalom:
No se trata solo de detalles. Aunque parezca absurdo hablar de la libertad del ahogado, el principio es fundamental. Lo que nos define como humanos es nuestra actitud ante la situación en la que estamos. Las conclusiones sobre la naturaleza humana basadas únicamente en el comportamiento medible son caricaturas de esta naturaleza. Es innegable que el entorno, la herencia o el azar influyen en nuestras vidas. Las circunstancias limitantes son evidentes: Sartre habla de un “coeficiente de adversidad”. Todos enfrentamos adversidades inevitables que afectan nuestra existencia. Condiciones dadas — discapacidad física, educación insuficiente, mala salud — pueden impedir encontrar trabajo o pareja, pero eso no significa que no tengamos responsabilidad (o elección) en la situación. Seguimos siendo responsables de cómo afrontamos nuestra discapacidad; de nuestra actitud ante ella; de la amargura, ira o depresión que se suman a la adversidad inicial y la agrandan hasta hacernos sucumbir.

Despertar la conciencia de responsabilidad es también despertar la culpa. La conciencia de la contradicción entre lo que uno es y lo que podría ser crea un flujo de auto-desprecio con el que se lucha toda la vida. Cuando escuchamos la “voz de la conciencia” (es decir, la voz que nos llama a nuestro modo de vida “auténtico”), siempre somos “culpables” en la medida en que hemos descuidado realizar nuestro potencial auténtico. El psicoanalista Otto Rank (1884-1939) escribió que cuando nos impedimos desplegarnos completamente, sentimos culpa por la vida no vivida dentro de nosotros.

Kafka pone esta cuestión en su punto más agudo en El proceso (cuyo protagonista, Josef K., está claramente basado en él mismo). La historia comienza: “Alguien tenía que haber denunciado a Josef K., pues sin que él supiera haber hecho algo malo, fue arrestado una mañana.” A primera vista, Josef K. parece víctima de un sistema burocrático y autoritario, pero si la historia se lee como metáfora de las condiciones existenciales humanas, Josef K. es culpable: culpable de su vida no vivida y solitaria. La escena más ilustrativa ocurre cuando Josef K. pregunta a un sacerdote si puede “vivir fuera del proceso.” El sacerdote responde con la parábola de un hombre del campo que buscó acceso al tribunal. Al llegar, el portero le dice que no le impedirá entrar, pero que tras la puerta hay muchas otras puertas vigiladas por porteros cada vez más poderosos.
El hombre decide esperar y ver si vienen otros con quienes pueda ir. Tras años de espera, ya viejo y enfermo en su lecho de muerte, pregunta al portero por qué es el único que ha pedido acceso. El portero se acerca y le grita al oído, pues su audición está débil: “No había nadie más que tú que pudiera acceder aquí, porque esta entrada era solo para ti. Ahora voy a cerrar esta puerta.”

La historia es conmovedora, pero ¿cómo encontrar nuestro potencial, nuestro ser auténtico? ¿Cómo saber si nos hemos perdido?
Los existencialistas responderían al unísono: ¡por medio de la culpa! ¡Por medio del miedo! ¡Por medio de la voz de la conciencia! Coinciden en que la culpa existencial es una fuerza positiva y constructiva, una guía que llama al ser humano de regreso a sí mismo.
Voluntad
La conciencia de responsabilidad en sí misma no equivale al cambio; es solo el primer paso en el proceso. Al reconocer la responsabilidad, uno entra en el vestíbulo de la decisión.
Actuar implica ir más allá de uno mismo, porque la acción es un intercambio con el mundo físico y social. La acción no tiene que ser un gran movimiento visible; un gesto pequeño o una mirada pueden ser de suma importancia. Hay dos caras en la acción: actuar y no actuar, que puede ser una acción igualmente importante — por ejemplo, no hacer lo habitual; no comer en exceso; no aprovecharse de otros; no ser deshonesto.
En su forma más sencilla, la receta para actuar auténticamente es: cuando sabes qué es bueno para ti, ¡solo elige hacerlo! Tú mismo sabes qué comportamientos te destruyen, así que haz algo al respecto, ¡caramba! Sin embargo, estas exhortaciones rara vez causan cambios duraderos. Así como otros no pueden comer tu comida, dormir tu sueño o morir tu muerte, debemos alcanzar por nosotros mismos la voluntad de actuar. Los buenos consejos pueden motivar reflexión, pero el trabajo real siempre está en cada uno. No encontraremos una respuesta incuestionable y significativa sobre la libertad individual buscando una autoridad externa. La autoridad final siempre está en nosotros mismos.

Un análisis del proceso se complica porque la “voluntad” y el querer, en muchos casos, no surgen de un acto consciente de voluntad. El cambio sucede en un nivel “subterráneo”. El psicólogo Leslie Farber (1912-1981) explica que hay dos dominios de la voluntad: el consciente, donde experimentamos una situación real de elección y podemos considerar opciones (este dominio es fácil de describir); y el inconsciente, donde solo en retrospectiva se entiende la conexión causal que conduce a un evento.
La voluntad es la capacidad humana de comenzar, de cambiar, porque uno mismo es un comienzo. Comenzamos algo por deseo y lo realizamos por elección. Esto significa que debemos dar acceso a nuestros anhelos. Sin contacto con nuestros deseos, no podemos proyectarnos hacia el futuro ni posibilitar la voluntad responsable. El deseo que alcanzamos es seguido por el proceso de la voluntad, que implica compromiso y obligación para tomar una decisión.
El deseo
Una persona mejora automáticamente en desear si aprende a sentir. Sentir es un requisito para desear. Si los deseos se basan en algo distinto a los sentimientos — por ejemplo, consideraciones racionales o mandatos morales — ya no son deseos, sino normas sobre lo que uno “debe y tiene que hacer”, y entonces se corta el contacto con el yo auténtico.
Un deseo es un salto hacia el futuro, y uno debe considerar las consecuencias futuras de convertir su deseo en acción.
Decisión
Con la conciencia de un deseo, uno entra en el vestíbulo de la decisión. La decisión construye un puente entre el deseo y la acción. Decidir algo significa comprometerse a un plan de acción. El filósofo y psicólogo William James (1842-1910), quien reflexionó profundamente sobre cómo tomamos decisiones, estableció cinco tipos de decisiones:

La decisión racional: donde consideramos cuidadosamente los argumentos y establecemos una elección racional. Tomamos este tipo de decisiones con la sensación de elegir completamente libremente.
La decisión voluntaria: una decisión deliberada y difícil, asociada con una sensación de “esfuerzo interior.” Este tipo es raro; la mayoría de las decisiones se toman sin requerir mucho esfuerzo de nuestra parte.
La decisión flotante: cuando las alternativas parecen igualmente buenas y nos cansamos o frustramos de tener que decidir. Entonces decidimos dejándonos llevar por una corriente de circunstancias externas aparentemente aleatorias.
La decisión impulsiva: cuando nos sentimos incapaces de decidir y la resolución parece tan aleatoria como en la decisión flotante. Pero la decisión impulsiva proviene de dentro y tiene el carácter de una reacción automática.
La decisión basada en un cambio de perspectiva: este tipo de decisión suele tomarse de forma repentina y como resultado de una experiencia externa significativa o un cambio interno (por ejemplo, tristeza o ansiedad), que lleva a un importante cambio de perspectiva o transformación del ser más íntimo.
Pero “las decisiones son muy costosas,” como dijo una vez un paciente a un terapeuta que no podía decidir: “Te cuestan todo lo demás.” El psicoanalista Allen Wheelis (1915-2007) expresa esto con la siguiente imagen:
Algunas personas pueden avanzar despreocupadamente por la vida, moviéndose a ciegas con la convicción de que han seguido la carretera principal, y que sólo caminos secundarios la han cruzado. Pero si tienes conciencia e imaginación, no puedes evitar sentirte afectado por el recuerdo de esos cruces que nunca volverás a encontrar. Algunas personas se quedan sentadas en la encrucijada sin tomar ninguna dirección, porque no pueden tomar ambas a la vez, mientras se aferran a la ilusión de que si se quedan el tiempo suficiente, los dos caminos se unirán en uno, para poder recorrerlos ambos. La madurez y el valor consisten en gran parte en la capacidad de tomar tales decisiones de renuncia, y la sabiduría consiste en gran parte en encontrar caminos que permitan renunciar a lo menos posible.
El valor y la sabiduría vienen con el reconocimiento de la culpa y responsabilidad existencial propia. Esta responsabilidad es una espada de doble filo: si uno asume la responsabilidad por su situación vital y decide cambiar, también admite que es el único responsable de su vida fallida hasta ahora y que podría haberse cambiado mucho antes. Hay que ensuciarse más para poder limpiarse.
Tomar una decisión — especialmente una irrevocable — es una situación límite en el mismo sentido que “mi muerte” es una situación límite. Ambas actúan como un catalizador que nos traslada de la actitud cotidiana a la actitud “ontológica” — es decir, a una forma de ser en la que somos conscientes de nuestro ser. Aunque tal catalizador y cambio — como Heidegger nos mostró — es algo bueno y condición para un ser auténtico, también provoca ansiedad. Si no estamos preparados para esto, desarrollamos estrategias para reprimir decisiones, tal como reprimimos la muerte.

Procrastinación: El método más evidente para evitar tomar una decisión es posponerla. Todos conocemos la duda y esta solución, algunos hasta el punto de ir nerviosos de un lado a otro eternamente frente a la puerta de la decisión. El resultado es la elección pasiva.
Devaluar la necesidad y el valor de la alternativa descartada: “No la necesito tanto.” Así es más fácil aceptar una renuncia cuando uno se convence de que no está perdiendo tanto.
Exagerar desproporcionadamente las ventajas de la alternativa elegida: La experiencia de libertad (y el malestar que conlleva) aumenta cuando las alternativas en una decisión parecen igualmente atractivas. Para que el proceso de decisión no sea aterrador, uno menosprecia una opción y exagera la otra — de forma inconsciente — aumentando las diferencias insignificantes entre dos opciones similares, haciendo que la elección sea clara y sin dolor.
Delegar la decisión a otro: Una manera de evitar la carga y la conciencia de la responsabilidad y la confrontación con nuestra aislamiento fundamental es persuadir a otro para que tome la decisión por nosotros. Erich Fromm (1900-1980) destaca repetidamente que los humanos siempre hemos tenido una actitud ambivalente hacia la libertad. Luchamos ferozmente por ella, pero aprovechamos gustosamente la oportunidad de renunciar a ella a favor de un régimen totalitario que promete liberarnos de la carga de la libertad y la responsabilidad. Si otro toma la decisión, creemos también que nos libramos del trabajo y la verdadera responsabilidad de hacer que funcione. Lee más sobre Erich Fromm aquí.
Entregar la decisión a una instancia externa: Esta instancia puede tomar varias formas, por ejemplo, reglas del ámbito religioso (sobrenatural) o jurídico (racional). Una tercera versión la describe Luke Rhinehart en la novela El hombre dado a los dados, donde el protagonista deja todas las decisiones al azar.
Estos modos de actuar alivian la confrontación con la libertad y la responsabilidad personal, pero el precio es un “dolor en el estómago” por la pérdida y la nostalgia de las oportunidades que se escapan.
Para contrarrestar nuestro impulso innato de imponernos, dominar nuestro entorno, convertirnos en lo que estamos destinados a ser y liberar la voluntad, es necesario ser conscientes de que constantemente tomamos decisiones en todos los ámbitos.
No se puede no decidir. Reconocer plenamente que uno toma decisiones continuamente es la forma auténtica de relacionarse con la propia situación existencial. Si se evita esta elección, se paga un precio en forma de autoestima debilitada y autodesprecio. Para poder quererse a uno mismo hay que comportarse de una manera a la que se pueda admirar. Una forma indigna de tomar decisiones sólo aumenta el autodesprecio.
Es muy difícil liberarse de los sentimientos de culpa en relación con un análisis del pasado si el propio comportamiento sigue despertando culpa. Primero hay que aprender a perdonarse a uno mismo en el presente y futuro. Mientras uno en el presente se relacione consigo mismo de la misma manera que lo hizo en el pasado, no puede perdonarse el pasado. Pero incluso cuando se trabaja con el pasado, es importante no asumir una responsabilidad personal desproporcionada. Un concepto importante es el imperativo categórico de la responsabilidad: lo que vale para uno respecto a la responsabilidad, vale para todos. Muchas personas asumen una responsabilidad y culpa excesiva por las acciones y sentimientos de otros. Aunque alguien haya cometido un abuso contra otro, este último también tiene la responsabilidad de haberse dejado herir, ridiculizar o maltratar.
Irvin Yalom añade:
La mejor, quizá la única, forma de manejar los sentimientos de culpa (ya provengan de faltas hacia otros o hacia uno mismo) es enmendar. Pero no se puede querer con efecto retroactivo. Sólo se puede enmendar el pasado cambiando el futuro.
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Introducción a “Terapia Existencial” de Irvin Yalom
Con estas palabras concluyo esta introducción a la libertad personal. Si estas ideas han captado tu interés, aquí puedes encontrar artículos similares sobre la idea de la muerte personal, la soledad y el sinsentido.
Al mismo tiempo, te recomiendo encarecidamente familiarizarte con Irvin Yalom. Puedes visitar su página web aquí.
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