Søren Kierkegaard – El fundador del existencialismo



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Introducción

Søren Kierkegaard fue un pensador y filósofo cristiano que vivió entre 1813 y 1855. Es conocido como el padrino del existencialismo, y aunque sus escritos pueden ocuparse de los aspectos oscuros de la vida, la palabra clave para Kierkegaard es alegría. Él alababa la vida común y corriente, aunque nunca pudo vivirla plenamente. En cambio, dedicó toda su obra a describir las condiciones para vivir una existencia auténtica y gozosa en conformidad consigo mismo y con Dios.

En este artículo del blog y en el video de Youtube que sigue, obtendrás un breve resumen de sus ideas.

Al leer a Kierkegaard

Kierkegaard distingue entre conocimiento objetivo y conocimiento subjetivo. El conocimiento objetivo abarca verdades empíricas (por ejemplo, observaciones físicas) o verdades lógicas/matemáticas. Es decir, un conocimiento basado en consenso y que puede ser compartido. En cambio, el conocimiento subjetivo es aquel que solo puede ser reconocido individualmente. Las cuestiones relacionadas con la existencia humana pertenecen a esta categoría. El conocimiento subjetivo debe experimentarse profundamente en la conciencia para volverse verdadero. Esto exige mucho al leer a Kierkegaard, porque él escribió deliberadamente sus textos para que no solo puedas aprenderlos de memoria, sino para que los comprendas y entiendas hacia dónde quiere ir.

Tomemos un ejemplo. Kierkegaard habla del ser humano como una unidad de persona y sociedad. También dice que para ser un ser humano verdadero, uno debe elegirse a sí mismo tal como es, y elegir a la sociedad tal como es, porque ambas cosas son dadas por Dios y por eso son inmodificables y absolutamente buenas.

Puede ser muy bueno aprender esto de memoria y poder recitarlo, pero ¿qué significa? Significa, por un lado, que debes aprender a valorarte tal como eres, incluso esos aspectos de ti que quizá desearías no tener. Porque son tan tuyos como esos lados de ti que muestras con orgullo. Por otro lado, debes aceptar y abrazar lo que tu entorno te envía, porque eso también es bueno. Desde el amor apasionado correspondido hasta un accidente automovilístico que te invalida y mata a tu familia. Sí, Kierkegaard es tan implacable.

Esto no significa que no puedas desear y buscar cambiar tanto a ti mismo como a la sociedad. De hecho, elegirte a ti mismo y a la sociedad deja el campo de batalla mucho más claro. Pero también significa que toda lucha siempre empieza contigo mismo y tu capacidad de elegir y querer tanto a ti como a la sociedad.

¡No es fácil! Pero si quieres entender la idea de Kierkegaard, tienes que intentarlo, ya que él comunica una verdad subjetiva que solo será verdadera para ti cuando la hayas comprendido.

Antecedentes de Kierkegaard

Søren Kierkegaard nació en 1813 y creció en Copenhague en un hogar acomodado marcado por la culpa, la muerte, el pietismo y un padre melancólico y dominante. Søren fue el menor de siete hermanos, nacido cuando su padre tenía 56 años y su madre 45. Todos sus hermanos, salvo un hermano, murieron relativamente jóvenes, y Søren estaba convencido de que no viviría para ver su cumpleaños número 33. No sabemos mucho de la madre de Søren. Nunca la menciona en sus escritos, pero era una mujer de educación modesta que probablemente fue una buena madre para sus hijos. Sabemos que Søren se afectó profundamente por su muerte en 1834. En todo caso, el hogar fue un terreno fértil para pensamientos sombríos, especialmente si ya se tenía una disposición depresiva.

Sin embargo, Kierkegaard no fue un pietista oscuro ni un renunciante. Fue un hedonista, tanto en su vida personal como por un principio filosófico. El verdadero objetivo de toda aspiración, decía, es poder vivir en profunda y serena alegría de la vida, poder tomarla momento a momento y disfrutarla plenamente.

Su obra

Su obra, por otro lado, es difícil de entender. Esto se debe en parte a que Kierkegaard estaba muy leído y supone que el lector también lo está, pero también porque gran parte de su obra está escrita por autores ficticios. Como se mencionó arriba, Kierkegaard pensaba que las verdades sobre la existencia humana deben realizarse en la propia existencia para ser verdaderas. Por eso no quería que el lector se distrajera con la persona del autor. En cambio, inventó autores que, desde distintas posiciones, atacan las preguntas existenciales y religiosas que él abordaba. Luego el lector podía elegir su autor o perspectiva favorita.

Regine Olsen

Regine Olsen

La vida de Kierkegaard no está marcada por eventos dramáticos, pero su desafortunada historia de compromiso con la joven Regine Olsen, de 17 años, es central para entender a Kierkegaard. Kierkegaard, que era diez años mayor, había usado todo su encanto para lograr el compromiso, solo para darse cuenta de inmediato de que no era capaz de llevarlo a cabo. Cuando Regine se aferró a él, la obligó brutalmente a romper el compromiso. Fue un escándalo de gran magnitud y Kierkegaard prácticamente huyó a Berlín.

Nunca superó ese episodio, que juega un papel importante como tema en su obra. Pero su viaje a Berlín también fue el punto de partida para su producción literaria, que lo convirtió en uno de los filósofos más grandes de todos los tiempos y uno de los pocos que realmente pensó de manera innovadora.

La realidad perdida del pequeño burgués

Es la condición del ser humano, dice Kierkegaard, que aunque nace como un ser humano, eso solo significa que nace como una posibilidad de llegar a ser un ser humano. La realidad inmediata y dada del ser humano es una realidad perdida, y uno solo es humano cuando se ha identificado con las disposiciones y las circunstancias ambientales determinadas que se tienen de antemano, y las ha hecho propias.

Si una persona no realiza el proceso de realización, el yo no se manifiesta; el ser humano no se vuelve idéntico a sí mismo. En cambio, se pierde en todo aquello que es de manera inmediata y se convierte en una ficha inconsciente dentro de un mecanismo, obligado a funcionar como el mecanismo le obliga.

Kierkegaard llama a esta persona “el pequeño burgués”. Lo pequeño burgués en este pequeño burgués radica en que, sin reservas y de forma exhaustiva, pero sin saberlo, es producto de lo que la sociedad dada y su cultura inquebrantablemente harán de una persona con sus condiciones dadas.

La desesperación

Por eso, el pequeño burgués vive en desesperación, pues su vida no depende de sí mismo, sino de las circunstancias. Kierkegaard lo expresa diciendo que el pequeño burgués siempre tiene la condición fuera de sí mismo. Piensa, por ejemplo, en el futbolista o en el empresario que basan toda su autoimagen en su profesión. Si el futbolista sufre una lesión irreversible o el empresario quiebra irremediablemente, se desesperan. Es su vida la que han perdido. El hecho mismo de vivir dependiendo de condiciones que escapan a su control es vivir en desesperación.

Un pequeño burgués siempre es pequeño burgués sin saberlo, pero ¿qué le sucede a un pequeño burgués cuando descubre el autoengaño? ¡Entonces se desespera de verdad! Porque ya no se desespera por algo triste o lamentable. Se desespera porque descubre que, en un sentido fundamental, siempre ha estado desesperado.

El esteta

Si el pequeño burgués no puede sacudirse ese estado de ánimo, se convierte en esteta. Es un concepto curioso y difícil, pero puede definirse más o menos como un “placer desinteresado”, es decir, un estado mental en el que disfrutas sin ser desafiado a hacer ningún esfuerzo.

Los estetas no se comprometen por principio. Son conscientemente indiferentes y consideran la vida como una farsa, una grotesca pieza de drama absurdo sin coherencia ni sentido. Para un esteta es lógicamente imposible tomar una decisión, ya que todo es indiferente y da igual. Por eso uno de los estetas de Kierkegaard en la novela debut O lo uno o lo otro puede decir: Cásate y lo lamentarás; no te cases y también lo lamentarás; te cases o no, lamentarás ambas cosas.

La pasión

El esteta es una figura trágica, pero en su búsqueda de entretenimiento y pasatiempo ha desarrollado un sentido para un concepto que le falta a la vida pequeña burguesa: la pasión. La pasión es lo más profundo y fundamental en la vida humana, dice Kierkegaard. Sin pasión se tiene el mundo del pequeño burgués, donde todos los propósitos y esfuerzos son una máscara para el vacío subyacente. La tarea de cada persona es, en realidad, entregarse a la pasión. Pero el esteta simplemente no logra aprehender la pasión.

El ético y la exigencia ética

Para pasar de ser esteta a ser ético no se debe vivir en la desesperación; hay que elegir la desesperación. Esto puede sonar sorprendente. ¿Se debe elegir algo que no se desea? Si por ejemplo uno es un poco perezoso y quiere ser más enérgico, ¿no debería entonces elegir ser más enérgico? Si simplemente me elijo a mí mismo como perezoso, ¿no ocurrirá nada?

Pero entonces no se ha comprendido lo que implica ‘elegir’. Elegir es querer. Y cuando uno se elige a sí mismo tal como es, eso tiene consecuencias.

Juan José Méndez (nacido en 1964), ciclista paralímpico

Elegirse a uno mismo

Imaginemos, por ejemplo, a un alcohólico. Está profundamente desesperado por ello y preferiría elegir ser alguien que no es alcohólico. Pero eso implica que sólo podrá ser idéntico a sí mismo cuando se haya liberado del alcoholismo. Por eso su lucha se vuelve desesperada y angustiosa, y si recaé, se derrumba por completo.

Si en cambio se elige a sí mismo como alcohólico, todo cambia. Ahora es él mismo, idéntico a sí mismo, incluso cuando se ha emborrachado. Puede seguir intentando salir del problema, pero no lo hace de forma desesperada, y si recaé, no se desespera ni deja que la vergüenza lo hunda en el abismo, pues está reconciliado consigo mismo, incluso en su miseria.

La exigencia ética

Estar presente de esa manera, reconciliado consigo mismo porque ha dicho un sí absoluto a sí mismo, es, según Kierkegaard, el camino hacia la salud mental, pero es algo más. Es la realización de la exigencia ética y la única forma en que el concepto de responsabilidad entra en el mundo, pero como una responsabilidad plena; una responsabilidad que no puede relativizarse ni limitarse, ni hacerse dependiente de las condiciones innatas, la posición social, etc. Cuando el ser humano se elige a sí mismo, se vuelve responsable de sí mismo.

Si eres alcohólico, entonces eres tú mismo responsable de ello; lo has querido y elegido. Puede muy bien ser que hayas tenido una infancia dura, pero si eliges querer ser tú mismo, también tienes la responsabilidad completa de lo que harás con ese asunto, y cualquiera que sea tu elección, puedes hacerla sin desesperación ni angustia. Porque en la elección también está la reconciliación y la calma. Al querer ser uno mismo, también se ha perdonado incondicionalmente a uno mismo; y si fracasa, no importa.

Así como la persona debe elegir honestamente ser sí misma, también debe elegir a la sociedad (= el entorno), tal como la sociedad es en realidad —con todas las imperfecciones, carencias y tristezas que pueda tener. Esto es fundamental. El ser humano es una unidad de persona y sociedad, y así como debe elegir (y aceptar) ser sí mismo, debe elegir (y aceptar) a la sociedad tal como es. Cuando hace eso, tiene la oportunidad de vivir una vida auténtica en comunidad con sus semejantes, y la vida humana común se convierte en un deber feliz.

El deber ético

El deber puede sonar aburrido, pero expliquémoslo con el amor como ejemplo. El esteta ama, pero ama por sí mismo. Ama al amado por lo que el amado le hace o le da a él. El ético, en cambio, ama casi por amor al prójimo mismo. Es una transformación del propio amor. Para el ético, el sentido del amor no es lo que puede obtener del otro, sino lo que puede ofrecer al otro.

Es importante subrayar que no se pierde ni un ápice de la belleza en esto. Al contrario, el amor siempre es joven y nuevo, porque uno está comprometido con él, y por eso el amor no solo es un sentimiento, sino una actitud. Y los sentimientos pueden ser engañosos, pero la actitud permanece firme.

Detrás de todo esto está la pasión. Cuando la persona apasionadamente quiere ser sí misma, es un yo social; en el amor no se ama a uno mismo, sino al otro. Uno se realiza a sí mismo al llegar a ser, en comunidad, la unidad de individuo y sociedad.

Pero la existencia puede ser aún más rica, dice Kierkegaard. Para entenderlo, primero debemos comprender su análisis de la repetición’.

‘Repetición’ y el establecimiento de lo religioso

La forma de vida ética glorifica la repetición monótona, la rutina diaria, pero ¿qué sucede cuando la vida no es una rutina? ¿Qué pasa si el mundo de uno se sacude de la forma más violenta? ¿Sigue existiendo la posibilidad de la repetición, es decir, la posibilidad de retomar la vida, independientemente de las circunstancias?

Para ilustrar esto, Kierkegaard analiza la historia en el Génesis sobre Abraham, a quien Dios le ordena sacrificar a su hijo Isaac. Para Abraham, esta situación implica una ruptura con toda la existencia ordenada éticamente, ‘lo común’. En realidad, no es solo a Isaac a quien Abraham mata; mata toda la existencia, todo significado, razón y coherencia. Cuando se da una acción así, ya no hay propósito alguno en el mundo. Es la ética la que es asesinada. Por eso, el mundo de Abraham solo puede ‘salvarse’ si se concede una ‘suspensión teleológica de lo ético’.

Lo religioso, la autenticidad y la fe

¿Pero qué propósito puede suspender lo ético? Puede hacerlo un propósito religioso. ¡Puede Dios! Pero esto plantea una nueva pregunta: ¿Se puede vivir auténticamente y en unidad con la sociedad éticamente ordenada cuando Dios y lo religioso, como poder supremo, imponen una demanda absoluta que puede suspender lo ético?

Sí, se puede. La palabra clave es fe. La fe significa que Abraham (conocido también como el padre de la fe) primero realiza el movimiento de resignación. Cuando Dios le exige a Isaac, Abraham se somete inmediatamente a la demanda de Dios. Renuncia a Isaac y se resigna infinitamente a perderlo.

Pero después de haberse resignado infinitamente, Abraham realiza el movimiento opuesto. Él cree, y en la fe Abraham no solo recupera a Isaac, sino toda – el sentido de – la existencia.

El autor de Kierkegaard, Johannes de Silentio, que hace este análisis, admite que no lo comprende, pero racionalmente concluye que la fe solo es fe cuando es ‘fe en virtud de lo absurdo’. La fe se encuentra más allá de toda racionalidad y sensatez. La fe es lo que ‘toma el relevo’ cuando la razón ha llegado a su límite. Si no fuera así, no sería fe.

El caballero de la fe

El caballero de la fe es la persona que cree a pesar de la duda, no sin duda.

Esta fe en Dios va mucho más allá de la fe del ético en Dios, que en realidad solo es la condición previa para que uno pueda elegirse a sí mismo y así asumir una responsabilidad personal. El Dios en quien Abraham cree está fuera o por encima del sistema ético, más allá del límite de la razón. Aquí no hay racionalidad, pues el concepto de Dios es el concepto de lo incomprensible. Por ello, también se puede decir que la esperanza religiosa o cristiana es una esperanza que vive cuando ya no hay posibilidad de ninguna esperanza

Así, las esperanzas humanas ordinarias se distinguen de la esperanza de la fe. Las esperanzas comunes pueden expresarse y se basan en algo. Con la esperanza religiosa es diferente. No es posible en la esperanza religiosa señalar con certeza qué es exactamente lo que esperamos; esperamos a Dios — y Dios es lo incomprensible, de quien se puede esperar lo inesperado. Y así, lo religioso se señala como una dimensión nueva, más alta y distinta en la existencia.

La existencia religiosa

Vivir religiosamente implica una dualidad. Uno debe vivir a la vez en relación con el mundo y en relación con Dios. Vivir en relación con el mundo es realizar la propia esencia como individuo/sociedad en la existencia dada.

La relación con Dios es de otra índole y no puede expresarse de manera concreta en el mundo. Lo religioso es una nueva pasión, la fe en virtud de lo absurdo, el amor infinito a Dios como pura posibilidad.

¿Pero cómo se manifiesta esto? Todo es pura ‘interioridad’: es inconmensurable con el mundo, es decir, no puede tomar ninguna forma concreta. Pero justamente eso hace que su significado sea total, y de alguna manera se revela en todas partes, es decir, en la manera en que la persona ahora se relaciona con el mundo. Esa es la cuestión. El contenido de la existencia no ha cambiado en lo más mínimo, pero la actitud hacia ese contenido es radicalmente nueva, y es en ese cambio de actitud donde reside lo religioso.

Lo religioso, la eternidad y la temporalidad

La cuestión también puede entenderse como el problema humano de unir la eternidad con la temporalidad. Si lo eterno falta, la vida se vuelve vacía y sin consuelo, un ruido sin contenido. Pero lo eterno aquí significa el ahora, no la continuación infinita del tiempo. En relación con el tiempo, lo eterno es como el tiempo detenido, lo siempre presente, una cualificación del instante dado. Pero el instante dado sólo se vuelve eterno cuando, en la infinita pasión de la fe, uno lo recibe de Dios como lo maravilloso y lo inesperado, como la posibilidad divina. No simplemente cuando uno — como el ético cree — lo elige. Todavía hay pensamiento de creación, repetición, en ello. Que el próximo instante llegue no es algo obvio, sino asombroso. Religiosamente, uno vive en una continua maravilla por la vida que se da y se da.

Lo decisivo en todo esto es que el ser humano ahora puede estar completamente presente en el fugaz ahora, en cada instante de la vida. Esta presencia, esta simultaneidad consigo mismo, es la superación de lo que de otro modo es la maldición de la vida: la inquietud, la preocupación, la desesperación por lo perdido, el miedo a lo que viene, la pesada carga de tener que llevar la propia existencia. De esta manera, la unión de lo eterno con el tiempo en el instante presente se convierte en la creación de la eterna felicidad en medio de la vida, de la plenitud y la perfección.

Por eso Kierkegaard puede decir sobre la alegría: “¿Qué es la alegría, o el estar alegre? Es, en verdad, estar presente para uno mismo, pero estar presente para uno mismo en verdad es este ‘hoy’, esto de ser hoy, en verdad ser hoy.”

La vida religiosa

No significa que lo religioso haga desaparecer las preocupaciones y los sufrimientos de la existencia, pero sí ofrece la posibilidad de adoptar una actitud completamente distinta hacia ellos. La vida, tal como es para mí ahora, me ha sido otorgada por Dios; y por ello también vale el juicio de que es absolutamente buena e incondicionada.

Sin la perspectiva religiosa, todas las cosas que suceden en la vida son, en esencia, malas, porque estamos perdidos en ellas, en su azar, fugacidad e incertidumbre. Pero a través de lo religioso, a través de la relación de fe con Dios, todas ellas son igualmente buenas, pues todas proceden del ‘Padre de las luces’.

Es importante subrayar de nuevo que Kierkegaard en ningún caso aboga porque el religioso acepte sus condiciones tal como son, sin protesta ni impulso a reformarlas. Más bien al contrario, el religioso ahora puede protestar y lanzarse a la acción, pero sin desesperación, porque ya no depende de que la acción tenga éxito; nada depende ya de él, sino de Dios. Para Kierkegaard, se vuelve cada vez más claro que un punto clave del cristianismo es que impulsa a la acción, en realidad a una acción revolucionaria, cuyo objetivo es transformar toda la existencia. Lo cristiano es, en suma, la gran serenidad y la gran protesta, polémicamente dirigida contra toda miseria humana.

El cristianismo y su significado político

Era la convicción de Kierkegaard que sólo a través del cristianismo, del cual la iglesia era el órgano autoritativo, los ciudadanos podían estar plenamente presentes en la sociedad dada. Glorificar la idea de que cualquiera pudiera alcanzar la salvación en su propia fe era, por tanto, una blasfemia y destructivo para la sociedad.

Esto implicaba una responsabilidad particular sobre el clero. El sacerdote no debía halagar a la congregación para ganar popularidad, sino ‘llamar al orden’. Kierkegaard consideraba que la iglesia había descuidado esta tarea al apoyar las nuevas ideas constitucionales. Por ello, Kierkegaard no era partidario de la democracia, pues creía que el concepto de ‘el individuo’ en una sociedad democrática se perdería, es decir, la idea de que todo ser humano, antes de poder funcionar correctamente en comunidad y volverse social, primero debe llegar a ser ‘sí mismo’. Esto, según Kierkegaard, sólo podía ocurrir dentro de una sociedad estamental bajo una monarquía ilustrada. En una democracia, esto sería imposible. La democracia no apela a ‘el individuo’, sino a ‘la multitud’ — y Kierkegaard tenía la más profunda desconfianza hacia las personas cuando se juntan en masa.

El ser humano como multitud

Cuando las personas se convierten en multitud, el nivel de inteligencia desciende, pero lo peor es que la masa nunca está conscientemente clara sobre lo que quiere. La masa siempre actúa irresponsablemente, ya que literalmente no hay nadie que asuma la responsabilidad. Por eso, Kierkegaard creía que la democracia se convertiría en una tiranía mucho peor que todas las formas conocidas hasta entonces, donde para el individuo, por miedo a la masa, sería imposible tomar sus propias decisiones y asumir su responsabilidad. Por ello, también sería imposible llegar a ser un ser humano y, por ende, cristiano.

La tormenta en la iglesia

Kierkegaard reprochaba a la iglesia que no hubiera ‘llamado al orden’ y dividido a la masa, sino que, en cambio, se hubiera sumado y se hubiera vuelto tan ‘democrática’ como todos los demás.

Además, Kierkegaard estaba insatisfecho con la predicación sobre la obra de Jesús, que consideraba una proclamación débil que no respetaba suficientemente la severidad de Jesús y del cristianismo.

La crítica de Kierkegaard a la evolución política y a la insuficiente predicación de la iglesia se intensificó y amargó mucho en los últimos siete años de su vida. Su ‘tormenta en la iglesia’ fue llevada a cabo públicamente y con toda intensidad desde Kierkegaard hasta que colapsó en la calle y murió en el hospital el 11 de noviembre de 1855.

Comentarios finales

Espero que esta introducción a Kierkegaard haya arrojado algo de luz sobre sus pensamientos y te haya inspirado a estudiarlo más a fondo. Especialmente para los lectores creyentes, él es una fuente evidente de inspiración, pero incluso para los ateos sus escritos contienen muchas reflexiones edificantes. En particular, sus ideas sobre ‘elegir y aceptarse a uno mismo y a la sociedad’, valorar ‘la actitud por encima del sentimiento’ y encontrar ‘la eternidad en el momento presente’ ofrecen mucha inspiración que puede encender una luz en la oscuridad cuando la vida se vuelve dura.

Además, en esta página puedes descubrir cómo otro gran autor existencialista, más de 100 años después, utilizó las ideas de Kierkegaard: Ernest Becker, en su libro ganador del Premio Pulitzer de 1974, The Denial of Death (La negación de la muerte).

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