
En La sociedad sana de 1954, el psicólogo social y psicoanalista germano-estadounidense Erich Fromm (1900-1980) pregunta si la sociedad moderna ofrece al ser humano las mejores oportunidades para vivir en armonía consigo mismo y con su entorno. Y si no es así, qué pasa por alto la sociedad moderna y cómo se pueden corregir esas carencias o deficiencias.
Esta presentación de sus ideas se dividirá en dos artículos; el anterior, que revisa algunos desafíos centrales de la sociedad moderna actual, y el presente artículo, que señala algunos caminos para salir de estas disfunciones.
Adoración autoritaria
El fascismo, el nazismo y el estalinismo tienen en común que ofrecieron al individuo fragmentado un nuevo refugio y seguridad. Estos sistemas representan la culminación de la alienación. Al individuo se le infunde un sentimiento de impotencia e insignificancia, pero aprende a proyectar todas sus capacidades humanas en la figura del líder, el Estado, la “patria”, a la cual debe someterse y adorar. Escapa de la libertad hacia una nueva forma de idolatría.
Súper capitalismo
Los capitalistas en Estados Unidos reconocen la alienación y explotación del trabajador, pero llegan a la conclusión completamente opuesta a la de los críticos socialistas del capitalismo. El director de Ford, James F. Lincoln, está convencido de que “el desarrollo individual solo puede ocurrir en la dura competencia de la vida… El egoísmo es la fuerza que hace a la humanidad lo que es, para bien y para mal. Por lo tanto, es la fuerza en la que debemos confiar y dirigir correctamente si la humanidad ha de progresar”.
Socialismo
Las palabras “socialismo” y “marxismo” han adquirido tal carga emocional que, a pesar de un completo desconocimiento de los conceptos, provocan una reacción irracional e histeria en la mayoría de quienes las escuchan. Pero en todas sus diferentes escuelas, el socialismo solo puede entenderse como uno de los movimientos más significativos, idealistas y morales de nuestra época.

Por ejemplo, Charles Fourier argumentó en 1808 que una sociedad sana debe servir, no tanto para aumentar la prosperidad material, sino para realizar nuestro impulso elemental: la fraternidad. Para él, el trabajo debería ser un placer y dos horas diarias de trabajo serían suficientes. En lugar de monopolios, propuso asociaciones comunes, libres y voluntarias, donde el individualismo se unirá espontáneamente al colectivismo.
El interés principal de Marx y Engels es el ser humano. “Ser radical”, escribió Marx, “significa ir a la raíz, y la raíz -es el ser humano mismo”. La historia del mundo es únicamente la historia del nacimiento del ser humano. Pero toda historia es también la historia de la alienación del ser humano consigo mismo, y la libertad es, por tanto, la libertad de la opresión política y la liberación del dominio de las cosas y circunstancias. El análisis de la sociedad y la historia debe comenzar, por tanto, con el ser humano, no con una abstracción, sino con el ser humano real y concreto en sus características fisiológicas y psicológicas. No podemos partir simplemente de la existencia de un homo economicus o, como Bentham, criticar todas las acciones humanas desde un “principio de utilidad”, sin haber examinado la naturaleza humana a fondo.
Para Marx, el socialismo es “una asociación donde el desarrollo libre de cada individuo es la condición para el desarrollo libre de todos”, y donde “el desarrollo completo y libre del individuo se convierte en el principio dominante”. Bajo el modo de producción capitalista, la energía física del ser humano se ha convertido en una mercancía y el propio ser humano en una cosa, sostiene Marx. Por ello, la clase obrera es la clase más alienada en la población. La socialización de los medios de producción la ve como la condición necesaria (y suficiente) para la transformación del ser humano en un participante activo y responsable en el proceso social y económico. Si el trabajador ya no es un “empleado”, su trabajo cambiará de naturaleza y carácter. En lugar de ser una esclavitud sin sentido, el trabajo se convertirá en una expresión significativa de las capacidades humanas.
Para Marx y Engels, el objetivo del socialismo no era una sociedad sin clases, sino una sociedad sin estado en el sentido de que el estado debía administrar las cosas y no gobernar sobre las personas. La conquista del estado fue para Marx el medio necesario para alcanzar la meta, que es la abolición del estado.
Marx y Engels creían que la clase trabajadora, para alcanzar sus objetivos, debía realmente tomar el poder mediante una revolución, pero la idea de una revolución política no es una idea específicamente marxista o socialista, sino el pensamiento tradicional de la clase media y la sociedad burguesa durante los últimos trescientos años.

Con su teoría del materialismo histórico, Marx afirmaba que las condiciones materiales determinan la forma de producción y consumo de las personas, y que estas, a su vez, determinan la organización sociopolítica, el modo de vida y, finalmente, la forma de pensar y sentir. La crítica principal de Marx al capitalismo es que este deformaba al ser humano debido a la preeminencia de los intereses económicos, y para él, el socialismo es una sociedad donde las personas serían liberadas de este dominio. Sin embargo, Marx subestimó la complejidad de las pasiones humanas y careció de una visión psicológica. No reconoció las fuerzas irracionales en el ser humano que le provocan miedo a la libertad y generan luchas de poder y tendencias destructivas. La famosa afirmación al final del Manifiesto Comunista, de que los trabajadores “no tienen nada que perder, salvo sus cadenas”, encierra un profundo malentendido psicológico.
La subestimación de la complejidad de las pasiones humanas llevó a los tres errores más peligrosos en el pensamiento de Marx. Primero, la suposición de Marx de que la bondad humana se manifestaría por sí sola una vez implementados los cambios económicos. Marx no comprendió que una sociedad mejor solo puede ser creada por personas que hayan experimentado un cambio moral. El segundo error fue la grotesca sobreestimación de Marx sobre las posibilidades de realizar el socialismo y la creencia de Marx y Engels en la llegada inmediata del “buen sociedad”. El tercer error fue la idea de Marx de que la socialización de los medios de producción no solo era una condición necesaria, sino también suficiente para la transformación de la sociedad capitalista en una sociedad socialista y cooperativa. Marx fue extrañamente poco consciente de que para el trabajador poco importa si la empresa pertenece “al pueblo”, al estado o a una burocracia privada, y que lo único que realmente importa son las condiciones reales y tangibles de trabajo.
Caminos hacia la salud
La mayoría de los análisis críticos del capitalismo concluyen que el ser humano ha sido convertido en un medio para fines económicos y ha perdido la conexión concreta con sus semejantes y la naturaleza. Sin embargo, esta misma idea puede expresarse mediante el concepto de alienación. No obstante, la causa no puede reducirse a una única explicación.

Si la causa de la enfermedad es económica, espiritual y política, debo actuar en todas las áreas. Todo lo demás destruiría el cambio. Así, el cristianismo que ha predicado la renovación espiritual, pero ha descuidado las reformas en el orden social. La Ilustración, que descuidó la independencia socioeconómica y dejó todo a la razón. El progreso radical en un área es llevado a cabo por unos pocos, mientras que para la mayoría se convierte en dogmas y rituales que sirven para ocultar el hecho de que no ha cambiado nada en otros ámbitos.
Por un lado, una reforma debe ser radical. Debe ir al núcleo para alcanzar su objetivo. Por otro lado, un llamado “radicalismo” que cree que podemos resolver los problemas con poder, cuando se requieren observación, paciencia y actividad constante, es tan irrealista como una reforma no radical. El verdadero criterio para una reforma no es su ritmo, sino su realismo, su verdadera “radicalidad”.

El mentalmente sano es la personalidad creativa y coherente; esa persona que está vinculada simpáticamente al mundo y usa su razón para comprender objetivamente su entorno, que se percibe a sí misma como una individualidad separada y al mismo tiempo siente su comunidad con sus semejantes; que no está sometida a una autoridad irracional, sino que acepta voluntariamente la autoridad racional de la conciencia y la razón, para quien toda la vida es un proceso de desarrollo y maduración, y que considera la vida como la posibilidad más valiosa.
Recordemos también que estos objetivos de higiene mental no son ideales que deben imponerse al individuo, ni que solo se puedan alcanzar si se supera la “naturaleza” propia o se sacrifica el “egoísmo innato”. Por el contrario, una aspiración hacia la salud espiritual, hacia la felicidad, la armonía, el amor y la capacidad creadora está implícita en todo ser humano que no haya nacido idiota en sentido psicológico o moral. Si esta aspiración tiene una oportunidad, se afirma con energía. Se requieren medidas contundentes y circunstancias especiales para deformar y sofocar esta aspiración innata hacia la salud; y a lo largo de la mayor parte de la historia, los abusos humanos han provocado efectivamente tal desviación. Pero creer que esta deformación es innata al ser humano es como sembrar semillas en el desierto y luego afirmar que no tenían capacidad de germinar.

¿Qué tipo de sociedad corresponde entonces a este ideal de salud espiritual, y cómo es su estructura? Ante todo, es una sociedad donde ningún ser humano es un medio para los fines de otros, sino siempre y sin excepción un fin en sí mismo. La sociedad sana es aquella en la que cualidades como la codicia, la explotación y el narcisismo no tienen oportunidad de ser utilizadas para obtener mayores ganancias materiales o para ampliar el prestigio personal. Donde actuar conforme a la propia conciencia se considera una característica fundamental y necesaria, y donde el oportunismo y la falta de principios se consideran asociales; donde el individuo se interesa por los asuntos sociales hasta que se convierten en asuntos personales, donde su relación con los demás no está aislada de sus relaciones privadas. Y la sociedad sana fomentará el esfuerzo productivo de todos en el trabajo, estimulará el desarrollo de la razón y abrirá la posibilidad para que las personas expresen sus aspiraciones internas en el arte colectivo y en los rituales.
La transformación económica
El problema del socialismo
El socialismo apunta a una reorganización profunda de nuestro sistema económico y social y tiene como objetivo liberar al ser humano de ser explotado como medio para fines ajenos a sí mismo, y crear un orden social donde se fomenten la solidaridad, la razón y la productividad. Sin embargo, los resultados del socialismo han sido, por decir lo menos, decepcionantes. ¿Cuáles son las causas de este fracaso?
La economía planificada en sí misma no es suficiente, y los resultados aterradores del comunismo soviético por un lado y los resultados decepcionantes del socialismo del Partido Laborista por otro han llevado a un estado de ánimo resignado y desesperanzado entre muchos socialistas democráticos. Otros aún han perdido la fe en la renovación social y se abstienen de cualquier crítica radical al capitalismo. Dan la impresión de que todo está bien en el mundo, siempre que pueda salvarse de la amenaza comunista; actúan como amantes desilusionados que han perdido toda fe en el amor.
Por consiguiente, la tarea del socialismo no se percibe ni como acelerar la revolución política ni como combatirla, sino como hacerla más civilizada. Este enfoque conduce a dos errores. Primero, creer que se puede civilizar una sociedad totalitaria, y segundo, que el pesimismo está justificado. No hay razón para asumir que el avance de la sociedad burocrática y la manipulación asociada de las personas no pueda detenerse, a menos que volvamos al huso, ya que la industria moderna necesita administradores y robots. Apenas una fracción de la razón y el sentido práctico aplicados a las ciencias naturales, transferidos a los problemas humanos, nos permitirían continuar la obra de nuestros antepasados del siglo XVIII de la que estaban tan orgullosos.
El socialismo de la comunidad

Los seres humanos están encadenados en todas partes, y esas cadenas no se romperán hasta que se sienta lo degradante que es ser esclavo, ya sea para una persona individual o para un Estado. Por lo tanto, el esclavo asalariado debe aprender a poner la libertad por encima de la comodidad. El hombre común entonces se volverá socialista, no para asegurarse un nivel mínimo de vida civilizada, sino porque siente vergüenza por esa esclavitud que lo ata a él y a sus compañeros, y porque está decidido a acabar con el sistema industrial que los convierte en esclavos.
Por lo tanto, los trabajadores deben esforzarse por una dirección directa. Es decir, la tarea de dirigir efectivamente la operación y decidir sobre la producción, distribución y comercialización, y convertirse en los representantes de confianza de la sociedad dentro de la esfera económica.
Objeciones desde la psicología social
Las principales objeciones a las propuestas prácticas para la realización del socialismo comunitario pueden dividirse en dos.
La primera objeción principal es que el trabajador común ni tiene las habilidades ni el interés para comprender completamente su trabajo. Al contrario, el objetivo es hacer el trabajo lo más monótono, breve y eficiente posible. Así podemos soñar despiertos y hacer del tiempo libre el centro de la existencia.
Esto suena seductor, pero todos los estudios muestran que la gente detesta el trabajo mecánico. Toda actividad concentrada es estimulante, mientras que toda ocupación no concentrada es agotadora.

En segundo lugar, pasarán muchas generaciones antes de que se alcance el nivel suficiente de automatización. ¿Debe el ser humano mientras tanto sacrificar su tiempo y energía en un trabajo sin sentido y esperar el momento en que el trabajo no requiera ningún esfuerzo energético? ¿No quedará el ser humano cada vez más marcado por la alienación? ¿No es la esperanza de un trabajo sin fatiga un sueño despierto basado en fantasías de pereza y sueños de un poder de “apretar un botón”? ¿Y no es acaso también una fantasía bastante poco saludable? ¿No es el trabajo un aspecto tan esencial de la vida humana que no puede y nunca debe reducirse a una completa insignificancia?
La segunda objeción principal es que el trabajo en las fábricas modernas no es en sí mismo atractivo, y que parte del trabajo es directamente desagradable y repugnante. Además, la participación activa del trabajador en la dirección sería incompatible con las exigencias de la industria moderna y conduciría al caos. Para que el sistema funcione, el ser humano debe obedecer y adaptarse a una organización rutinaria. El ser humano es por naturaleza perezoso y reticente a asumir responsabilidades, por lo que debe ser entrenado para funcionar sin demasiado iniciativa e independencia.
Es sorprendente que tanto psicólogos como legos puedan aún sostener la idea de que el ser humano es perezoso por naturaleza, cuando tantos hechos evidentes la contradicen. La pereza no es normal, sino un síntoma de una grave enfermedad espiritual. Incluso sin recompensa, el ser humano está dispuesto a emplear su energía de manera significativa, porque no puede soportar el malestar que la pasividad y el aburrimiento generan. Basta con observar a los niños; ellos nunca están desocupados.

Sin embargo, existen buenas razones para la creencia ampliamente extendida en la pereza innata del ser humano. La razón principal radica en el hecho de que el trabajo alienante es aburrido e insatisfactorio, y conduce a la aversión hacia el trabajo y todo lo relacionado con él. Como consecuencia, muchas personas anhelan la inactividad y no tener que encargarse de nada. Así, la gente siente que la pereza es el estado mental “natural” y no el síntoma de condiciones de vida patológicas, consecuencia del trabajo sin sentido y alienado.
La teoría convencional y más extendida es que el dinero es el principal motivo para trabajar. Sin la esperanza de una mayor recompensa económica, el ser humano no trabajará más duro, ni siquiera trabajará en absoluto.
Pero la discusión sobre el dinero como estímulo laboral es incompleta si no reconocemos que el deseo de más dinero es constantemente alimentado por la misma actividad que confía en el dinero como principal motivo para trabajar. A través de la publicidad, los sistemas de pago a plazos y muchos otros métodos, se estimula la codicia individual por comprar más y cosas más nuevas en tal grado que rara vez tiene dinero suficiente para satisfacer estas “necesidades”. Al ser así artificialmente estimulado, el motivo económico juega un papel mayor del que de otro modo tendría. Además, es evidente que el motivo económico debe jugar un papel dominante si el proceso de trabajo en sí no es satisfactorio. Muchos eligen un trabajo peor pagado si ofrece otro tipo de atractivos.
Además del dinero, el prestigio, el rango social y el poder que conlleva se consideran los principales motivos para trabajar. Pero hay otros motivos: la satisfacción de crear una existencia económica independiente y de realizar un trabajo cualificado. Estos motivos se ven desafiados hoy en día, donde, por ejemplo, entre el personal de oficina se requiere un cierto nivel de competencia profesional, pero donde la importancia de una “personalidad agradable” que sepa venderse a sí misma se vuelve cada vez mayor. Un sentimiento de vacío y una vaga sensación de que la vida carece de sentido son los resultados inevitables de esta situación, lo que puede llevar a un refugio en el escapismo o a demandas de más dinero, más poder y más prestigio. Pero el peso de estos últimos motivos es solo tan grande porque el alienado no puede evitar buscar tales compensaciones para su vacío interior – no porque estos deseos sean “naturales” o las principales razones para trabajar.
Interés y participación como motivos para trabajar
Sin duda, muchos podrían encontrar más alegría en los llamados trabajos de baja categoría que en sus trabajos actuales. Incluso el trabajo del minero podría ser deseado en todo el mundo si no fuera por las desventajas sociales y económicas de este tipo de trabajo. De hecho, difícilmente existe alguna forma de trabajo que no pueda atraer a ciertos tipos de personalidad, siempre que se libere de las perspectivas negativas, sociales y económicas. Y aunque el trabajo sea técnicamente el mismo, su significado puede ser completamente diferente dependiendo del contexto. Por ejemplo, tome al empresario autónomo, que durante el día satisface su necesidad de contacto humano, en contraste con el vendedor del gran almacén, que solo está ansioso por conservar su empleo.

El experimento de Elton Mayo muestra que la participación de los trabajadores en la organización del trabajo llevó tanto a un aumento de la productividad como a empleados más satisfechos, aunque técnicamente los trabajadores seguían realizando el mismo tipo de trabajo. Asimismo, la moral y el ausentismo por enfermedad se ven afectados por el tamaño del grupo de trabajo; cuanto mayor es el grupo, mayor es el ausentismo por enfermedad.
De la corriente del movimiento de comunidades laborales hemos aprendido que la eliminación de la separación entre empleador y trabajador requiere que reconozcamos la necesidad de una base común, o lo que puede llamarse una ética común. A menos que exista una base ética común, no hay punto de partida y por tanto ninguna posibilidad de construir algo juntos. Para ello, existen reglas simples y claras para la organización de órganos de decisión, procedimientos de decisión y participación, etc. Si se hace bien, se encontrará un espíritu dócil y benevolente que impregna todo, y una imagen sincera de personas que han dicho “sí” a la vida y lo hacen con la mayor conciencia.
Entre los puntos más importantes de los principios de las comunidades se pueden mencionar:
1. Las comunidades laborales utilizan métodos industriales modernos.
2. Han elaborado un plan según el cual la participación activa de todos no entra en conflicto con una dirección suficientemente centralizada. La autoridad irracional ha sido reemplazada por la racional.
3. El énfasis en la práctica de la vida por encima de las diferencias ideológicas. Esto permite que personas con creencias muy diversas y contradictorias puedan vivir y trabajar juntas sin tener que seguir “la opinión correcta” proclamada por la sociedad.
4. La coordinación del trabajo con actividades sociales y culturales. En la medida en que el trabajo no es técnicamente atractivo, es significativo y atractivo en su perspectiva social. La actividad artística y científica es una parte esencial de toda la situación vital.
5. La alienación ha sido superada, el trabajo se ha convertido en una expresión significativa de la energía humana, se alcanza la solidaridad humana sin limitación de la libertad – ni riesgo de uniformidad.
Tales comunidades laborales han sido llevadas a la práctica por hombres y mujeres con gran inteligencia y enorme sentido práctico. No son en absoluto los soñadores que nuestros llamados realistas creen que son. Al contrario, en su mayoría son más realistas e ingeniosos que lo que parecen ser nuestros convencionales líderes empresariales. Sin duda ha habido múltiples fallos y errores que deben reconocerse para poder evitarse.

Pero la condescendencia con la que se insinúa con facilidad lo inútil e irrealista de todos estos experimentos de comunidades laborales es esencialmente un síntoma de la pereza mental y la creencia arraigada de que lo que no ha existido no puede ni va a llegar a existir.
Erich Fromm
Propuestas practices
La cuestión es si se pueden establecer condiciones semejantes a comunidades para toda nuestra sociedad. El objetivo sería crear una situación laboral en la que cada persona dedique su tiempo y energía a algo que tenga significado para él, donde entienda lo que hace, tenga influencia sobre lo que sucede y se sienta unido, no aislado, de sus semejantes. Esto implica que la situación laboral debe volverse concreta nuevamente; que los trabajadores se organicen en grupos suficientemente pequeños para que cada uno pueda contactar con el grupo en su calidad de seres humanos reales, concretos, aunque la fábrica tenga quizá muchos miles de empleados. Es decir, que se debe combinar la centralización con la descentralización de una manera que permita a todos participar activamente y con responsabilidad, y que al mismo tiempo cree el liderazgo unificado necesario.
¿Cómo puede suceder esto?
La primera condición es que el trabajador esté bien informado. Si el trabajador muestra interés y comprensión por el proceso de producción de la fábrica, si intelectualmente se estimula con ese conocimiento, incluso el trabajo más monótono adoptará otra perspectiva. Además del conocimiento técnico, debe conocer su relación con las necesidades económicas y los problemas de la sociedad en su conjunto.
Pero el conocimiento debe traducirse en acción, y el trabajador solo puede convertirse en un empleado activo, interesado y responsable si puede influir en las decisiones que afectan su situación laboral individual y toda la empresa. De la misma manera, debe incluirse al consumidor. Cuando reconocemos el principio de que el objetivo principal de cualquier trabajo es servir a la gente y no crear ganancias, quienes son atendidos deben tener voz en la empresa que les sirve. Al igual que con la descentralización política, no es fácil encontrar tales formas, pero definitivamente no es un problema insuperable. En el derecho constitucional y en la ley de sociedades anónimas hemos resuelto problemas similares respecto a los derechos respectivos de los interesados.
El principio de cogestión y derecho a la participación conlleva una restricción importante en los derechos de propiedad. El dueño o dueños de una empresa deben tener derecho a un retorno razonable del capital invertido, pero no a un poder ilimitado sobre las personas que este capital puede emplear. Al menos deberían compartir este derecho con quienes trabajan en la empresa.
Un punto importante debe ser destacado. Si los trabajadores y empleados de una empresa solo estuvieran interesados en su propia firma, la actitud egoísta y alienada simplemente se habría extendido de un individuo a un equipo. Por lo tanto, una parte esencial de la participación de los trabajadores es que miren más allá de su propia empresa, que se vinculen tanto con los consumidores como con otros trabajadores de la misma industria y con la población en general.
Para ello, los partidos socialistas deben realmente empezar a comportarse de manera socialista, en el sentido de una participación responsable de cada miembro individual. Si el objetivo es la democracia industrial, el principio democrático debe ser introducido en sus propias organizaciones, partidos y empresas industriales.

Aparte del problema de la participación de los trabajadores, el problema principal radica en el hecho de que toda nuestra industria se basa en un mercado interno en constante crecimiento. Cada empresa quiere vender cada vez más para conquistar una cuota creciente del mercado. El resultado de esta situación económica es que la industria utiliza todos los medios disponibles para agudizar el apetito de compra de la población, para crear y reforzar la actitud receptiva que es tan perjudicial para la salud mental. Esto significa demanda de cosas innecesarias y “ofertas” para comprar un coche nuevo, aunque el viejo podría repararse fácilmente. Esto también significa que el consumidor pierde el respeto por el trabajo, por los bienes materiales, por el esfuerzo humano y por las necesidades de los demás.
Es evidente que ninguna influencia espiritual por fuerte que sea puede lograr progreso si nuestro sistema económico está organizado de tal manera que se vea amenazado por crisis cuando la gente no quiere comprar cosas cada vez más nuevas y mejores. Por lo tanto, si nuestro objetivo es transformar el consumo de artificial a natural, se requieren reformas en los procesos económicos que generan el consumo insano. Es tarea de los economistas idear tales medidas. En general, esto significa dirigir la producción hacia áreas donde las necesidades reales existentes aún no han sido satisfechas, en lugar de áreas donde las necesidades deben ser creadas artificialmente. Esto puede lograrse mediante créditos a través de bancos estatales, mediante la socialización de ciertas empresas y mediante la reforma de la publicidad a través de legislación radical.
La época de la explotación colonial ha terminado, y todas las partes del mundo se han acercado tanto que la paz y la libertad en el mundo occidental, a largo plazo, dependen del progreso económico en el hemisferio sur. Si vemos cuánto costaría un programa realista de 50 años para elevar a los países no industrializados a un nivel industrializado, no es mucho en comparación con nuestros otros gastos y, de hecho, es insignificante si se compara con lo que costaría mantener el statu quo.
La glorificación y estimulación de los instintos más bajos por parte de la industria cinematográfica debe ser regulada o complementada con industrias competidoras financiadas con fondos públicos. Asimismo, la ley sobre control de alimentos y medicamentos debe ser regulada. En una sociedad cuyo único objetivo es el desarrollo humano, y donde las necesidades materiales están subordinadas a las espirituales, no debería ser difícil encontrar medios legales y económicos para asegurar las reformas necesarias.

En cuanto a la situación económica del individuo, la igualdad en los ingresos nunca ha sido una demanda socialista y, por muchas razones, no es ni práctica ni deseable. Lo que es necesario es un ingreso que pueda constituir la base para una existencia humana digna. En cuanto a las desigualdades en los ingresos, aparentemente no deberían sobrepasar el límite donde la diferencia en ingresos conduzca a diferencias cualitativas en las experiencias de vida.
El sistema de asistencia social debe mantenerse y ampliarse hasta garantizar un sustento general. Ninguna persona debe ser amenazada por el hambre para que pueda actuar como sujeto libre y responsable. Y no habrá libertad mientras el capitalista pueda imponer su voluntad a aquel hombre que sólo posee su vida porque sólo tiene el trabajo que el capitalista le ofrece.
Hace cien años, era una creencia común que nadie tenía responsabilidad por su prójimo. Se suponía —y fue “demostrado” científicamente por los economistas-que las leyes de la sociedad requerían un gran ejército de pobres y desempleados para mantener el sistema económico en marcha. Hoy en día, difícilmente alguien se atrevería a defender ese principio.
Transformación política
Si democracia significa que el individuo exprese su convicción y confirme su voluntad, es condición previa que tenga una convicción y una voluntad. Pero la realidad es que el individuo moderno, alienado, tiene opiniones y prejuicios, pero no convicciones; tiene simpatías y antipatías, pero no voluntad. Las opiniones y prejuicios, simpatías y antipatías del individuo son manipuladas, al igual que su gusto, por poderosas máquinas de propaganda.

El votante promedio también está mal informado. Aunque lee su periódico regularmente, el mundo entero le resulta tan ajeno que nada tiene un significado o importancia real. Lee que se han gastado millones de dólares, que han muerto millones de personas; cifras y abstracciones que de ningún modo se interpretan como una imagen concreta y significativa del mundo. La ciencia ficción que lee no es muy diferente de las noticias científicas. Todo es irreal, ilimitado, impersonal. Los hechos son para él piezas de un rompecabezas para la memoria, y no elementos de los que dependan su vida y la de sus hijos.
Además, el principio de la mayoría fomenta abstracciones y el distanciamiento de la realidad. Aunque una decisión mayoritaria puede ser mala, la democracia hoy implica que esas decisiones son moralmente superiores, lo cual evidentemente no es correcto.
Por ello, las elecciones deben hacerse más pequeñas y más cercanas a la vida diaria e intereses de los ciudadanos. Una posibilidad es organizar a toda la población en pequeños grupos de, por ejemplo, 500 personas, según lugar de residencia o lugar de trabajo y cruzando barreras sociales. Estos grupos deberían reunirse regularmente y debatir los asuntos políticos más importantes, tanto de interés local como nacional. Un debate así debe ser informado, por ejemplo, por una oficina cultural políticamente independiente. Esto es precisamente lo que intentamos hacer en nuestro sistema escolar, donde los niños reciben información relativamente objetiva y libre de la influencia de los gobiernos cambiantes.
Transformación cultural
El hecho de que los grandes sistemas religiosos y éticos con tanta frecuencia hayan luchado entre sí se debió a la influencia de quienes construyeron iglesias y jerarquías políticas. Desde que la humanidad tuvo por primera vez la idea de que la raza humana es una unidad y su destino es llegar a ser plenamente realizada, desde entonces las ideas e ideales han sido los mismos. En cualquier centro cultural, y en gran medida sin influencia mutua, se ha llegado a la misma comprensión y se han proclamado los mismos ideales. Por tanto, no carecemos de conocimiento sobre cómo debe vivirse la vida correctamente, sino que tenemos una profunda necesidad de tomar en serio aquello en lo que creemos, proclamamos y enseñamos. La revolución de nuestros corazones no requiere sabiduría nueva, sino una nueva seriedad y devoción.

Por eso, nuestro sistema educativo debe proporcionar información útil y más que solo conocimientos para funcionar en una civilización industrializada y fomentar la ambición y la competitividad. Debemos promover el pensamiento crítico y derribar la barrera entre el conocimiento teórico y práctico desde el principio. Esta separación es parte de la alienación entre el trabajo y el pensamiento.
El hecho de que nos enfoquemos primero en la utilidad de nuestros ciudadanos para el aparato social y no en su desarrollo humano se evidencia claramente en que solo consideramos necesaria la educación escolar hasta los 14-15 años o, como máximo, hasta el inicio de los veinte. Pero, ¿por qué la sociedad solo debería responsabilizarse de la educación de los niños y no de todos los adultos a cualquier edad? En realidad, los primeros años no son tan adecuados para el aprendizaje como se suele pensar. Es la mejor edad para aprender idiomas y matemáticas, pero indudablemente la comprensión de historia, filosofía, religión, literatura, psicología, etc., es limitada en esta etapa temprana. Para muchas personas, la edad entre 30 y 40 años es mucho más adecuada para estudiar estos temas, al igual que el interés general suele ser mayor que en la tormentosa juventud. Por lo tanto, es en esta etapa cuando cada persona debe tener la libertad de cambiar completamente de profesión.
Para sentirse en casa en el mundo, el ser humano debe comprenderlo, no solo con su mente, sino con todos sus sentidos. Debe expresar con su cuerpo lo que piensa con su cerebro. El cuerpo y la mente no pueden separarse en este ni en ningún otro sentido. Si el ser humano comprende el mundo y se forma a sí mismo a través del pensamiento, crea filosofía, teología, mito y ciencia. Si expresa su experiencia del mundo con sus sentidos, crea arte y rituales, canto, danza, teatro, pintura y escultura. El “arte colectivo” es un ritual compartido. Permite al ser humano sentirse uno con los demás de una manera significativa, rica y creativa. No es una ocupación individual de ocio que se añade a la vida, sino una parte integradora de la vida.
Para crecer desde una actitud receptiva hacia una actitud creativa, el ser humano debe establecer una conexión artística y no solo filosófica y científica con el mundo. Si una cultura no abre la posibilidad para tal expresión, la persona promedio no evolucionará más allá de su actitud receptiva o mercantil.

Tenemos una cultura de consumidores, pero ninguna participación activa y creadora, ninguna experiencia común y unificadora, ninguna expresión significativa de respuestas importantes al sentido de la vida. ¿Qué esperamos de la generación joven? ¿Qué harán cuando no tengan oportunidad de realizar actividades artísticas comunes y significativas? ¿Qué más pueden hacer sino convertirse en expertos en bebida, cine, ensoñaciones, criminalidad, neurosis y locura? ¿De qué sirve que no tengamos analfabetismo y la educación más alta, si no tenemos ninguna expresión colectiva de la personalidad total, ninguna arte común, ningún ritual? Sin duda, una comunidad rural relativamente primitiva, donde todos participan en actividades artísticas comunes, es culturalmente más avanzada y espiritualmente más sana que nuestra cultura ilustrada, lectora de periódicos y oyente de radio.
¿Se puede hablar de una transformación espiritual de la sociedad sin mencionar la religión? Las grandes religiones monoteístas enfatizan decididamente los mismos objetivos humanistas que sustentan la idea de la “actitud creadora”. Los objetivos del cristianismo y del judaísmo son la dignidad humana como fin en sí mismo, el amor fraternal, la razón y la superioridad de los valores espirituales sobre los materiales. Estos objetivos éticos están ligados a ciertas concepciones de Dios, sobre las cuales los creyentes de distintas religiones discrepan y que son inaceptables para millones de otros. Sin embargo, fue un error de los no creyentes concentrarse en atacar el concepto de Dios; su verdadero objetivo debería haber sido desafiar a los religiosos a tomar en serio su religión, y especialmente el concepto de Dios. Es decir, a practicar el espíritu del amor fraternal, la verdad y la justicia, convirtiéndose así en los críticos más radicales de la sociedad moderna.
Hasta que surja una nueva religión que pueda unir al ser humano en la práctica y no en la palabra, aquellos que creen en Dios deben expresar su fe haciéndola realidad. Los que no creen deben vivir los mandatos del amor y la justicia – y esperar.
Resumen y conclusión

El ser humano apareció por primera vez en el reino animal como una anomalía de la naturaleza. Cuando había perdido la mayoría de los instintos que regulan la vida del animal, era más indefenso, menos equipado para la lucha por la existencia que la mayoría de los animales. Pero había desarrollado una capacidad para el pensamiento, la imaginación y la autoconciencia que constituyó la base para la transformación de la naturaleza y del propio ser humano. Hace aproximadamente 4,000 años, el ser humano estableció un nuevo objetivo: llegar a ser plenamente desarrollado, completamente despierto, completamente humano, llegar a ser libre. La razón y la conciencia se convirtieron en los principios que debían mostrar el camino. Esto se desarrolló en los grandes sistemas religiosos de India, Grecia, Palestina, Persia y China alrededor del año 500 a.C., que proclamaron las ideas de la unidad humana, de la razón, el amor y la justicia como metas a las que se debe aspirar.
Desde el siglo XVI comenzó un nuevo período en el que el ser humano descubrió la naturaleza y el individuo sentó las bases de las ciencias naturales, que empezaron a cambiar el aspecto de la Tierra. A mediados del siglo XX ocurrió nuevamente un cambio drástico, cuando la nueva tecnología reemplazó la energía física de humanos y animales. Creó medios de comunicación que transforman a la humanidad en una sociedad donde el destino de un solo grupo es el destino de todos. La técnica crea inventos maravillosos, a través de los cuales lo mejor en arte, literatura y música puede llegar a cualquiera. Crea fuerzas productivas que permiten a cada persona tener una existencia digna en términos materiales y reduce el trabajo a tal punto que sólo ocupa una fracción del día.Og dog synes menneskets eksistens mere truet end nogen sinde. Hvordan er alt dette muligt?
El ser humano ha ganado su libertad frente a las autoridades eclesiásticas y civiles, se quedó solo con su razón y conciencia como únicos jueces, pero tenía miedo de su libertad recién adquirida. Había alcanzado la «libertad de», pero aún no había llegado a la «libertad para» -ser uno mismo, ser creativo, estar completamente despierto. Por eso, el ser humano intentó huir de la libertad. Su gran logro, el dominio sobre la naturaleza, fue lo que abrió el camino para esta huida.

Cuando el ser humano construyó la nueva maquinaria industrial, se absorbió tanto en su nueva tarea que ésta se convirtió en el máximo objetivo de la existencia. La energía humana, que entonces se dedicaba a la búsqueda de Dios y la salvación, se dirigió ahora hacia el dominio de la naturaleza y el creciente confort material. Los seres humanos dejaron de utilizar la producción como medio para una vida mejor y la elevaron en cambio a un fin en sí mismo, colocado por encima de la vida. El ser humano mismo se volvió parte de la máquina, más que su amo, bajo la división del trabajo y mecanización en constante crecimiento. Como no se tiene un sentido del yo, salvo el que puede dar la conformidad con la mayoría, se está inseguro, con miedo, dependiente del aplauso. El ser humano es extraño para sí mismo, adora la obra de sus propias manos y a los líderes que él mismo ha elegido, como si ellos estuvieran por encima del ser humano y no hubieran sido creados por él. De alguna manera, estamos de vuelta en el nivel en que estábamos antes de que comenzara el gran desarrollo hace 2.000 años a.C.
El ser humano no es capaz de amar y usar su razón, de tomar decisiones, en realidad no puede valorar la vida y por eso está dispuesto, incluso ansioso, a destruirlo todo.
No hemos tendido el puente sobre el abismo entre una minoría que entendía los objetivos de sentir la unidad con todos, y la mayoría que espiritualmente se encuentra muy atrasada, en la edad de piedra, el totemismo, la idolatría y el feudalismo. ¿Podrá la mayoría convertirse en clarividencia -o utilizará los mayores descubrimientos de la razón humana para sus propios fines irracionales y locos? ¿Podremos crear una visión futura de la vida buena y sana que despierte las fuerzas vitales en aquellos que tienen miedo de avanzar? Esta vez, la humanidad está en una encrucijada donde la elección equivocada podría ser la última.
En el siglo XIX, el problema fue que Dios había muerto; en el siglo XX, el problema es que el ser humano está muerto. En el siglo XIX, la inhumanidad significaba crueldad; en el siglo XX, significa una alienación esquizoide de uno mismo. El riesgo del pasado consistía en que las personas se convirtieran en esclavos; el riesgo del futuro consiste en que las personas se conviertan en robots.
Crear una sociedad sana que corresponda a las necesidades humanas no significa un estado de completa armonía donde no existan conflictos ni problemas para los seres humanos. Al contrario, es el destino del ser humano que su existencia esté cargada de contradicciones que debe resolver sin poder jamás disolverlas. Cuando el ser humano haya superado la etapa primitiva del sacrificio humano, cuando haya aprendido a regular su relación con la naturaleza de manera racional en lugar de ciega, cuando las cosas realmente se hayan convertido en siervos en lugar de ídolos, enfrentará los verdaderos conflictos y problemas humanos; deberá ser emprendedor y valiente, capaz de sufrir y alegrarse, pero sus habilidades estarán al servicio de la vida y no de la muerte. La nueva fase en la historia de la humanidad será, si llega a ocurrir, un nuevo comienzo, no un final.
El ser humano se enfrenta en nuestra época a la elección más decisiva. No la elección entre capitalismo y comunismo, sino entre el dominio de los robots (tanto en su variante capitalista como comunista) y el socialismo humanista comunitario. La mayoría de los hechos parecen indicar que elegiremos el dominio de los robots, y a la larga eso significará locura y destrucción. Pero todos estos hechos no son suficientes para destruir la fe en la razón humana, la buena voluntad y la salud espiritual. Mientras podamos imaginar otras alternativas, no estamos perdidos. Mientras podamos deliberar y planear juntos, aún podemos tener esperanza. Pero, en verdad, las sombras se alargan. Las voces de la locura se hacen más fuertes.
Espectáculo Skeleton-Man La Muerte: El alto precio de la vida
En mi nuevo espectáculo La Muerte: El alto precio de la vida, introduzco al público en la tradición existencialista. Puedes leer más sobre el espectáculo aquí, que está dirigido especialmente a instituciones educativas y empresas, por ejemplo, como una intervención festiva en la asamblea anual del club de arte.
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